Hace poco, una amiga me comentaba lo que había tenido que correr para organizar el 12 cumpleaños de su hijo mayor.
Alquiler de sitio, organización de almuerzo y merienda, tarta, no hay suficiente comida, voy a comprar además comida hecha para no quedarme corta…bebidas variadas para niños y adultos…no me da tiempo de ir, debo organizarme mientras los tres vástagos están en las actividades extraescolares, ya que por la mañana, hasta las 5 de la tarde trabajo. Además, decoración, banderitas, mantel, servilletas, vasos y platos del equipo favorito….un sin fín de detalles que debió resolver intercalándolos en su vida diaria de madre de tres hijos, trabajadora fuera y dentro de casa.
Llega el gran día y aunque está entre amigos, se siente agotada física y emocionalmente, pero debe estar pendiente de sus invitados para que «no falte de nada», mientras su hijo juega y se divierte, disfrutando del cumpleaños disfrazado de comunión o boda o ambos a la vez, que le ha organizado su madre, ignorante, como suele ocurrir a estas edades, del esfuerzo tanto económico como emocional y físico que conlleva un montaje de este calibre.
Las 6 de la tarde, debe apagar la vela de la tarta pero el niño está jugando, no quiere tarta, no quiere vela, quiere jugar pero la madre le hace cumplir el trámite….hasta donde puede, porque el niño se planta delante del pastel y le hacen la foto con cara mohína, sin soplar, enfadado….y la madre no sabe si gritarle o llorar.
….Y es que los niños, si no le informamos del trabajo y del dinero que nos cuestan las cosas, si viven total y absolutamente al margen de los sacrificios que hacemos, piensan que las cosas vienen caídas del cielo.Ellos no son conscientes de que todo lo que tienen lo tienen gracias a nuestros desvelos.
Por eso, siempre contando con la edad de cada uno de nuestros hijos, deben ser informados de nuestros esfuerzos para que le den un verdadero valor a lo que están viviendo.