¿Puede alguien decirme si en el mundo adulto hay algo que no requiera esfuerzo? No estoy hablando de si nos gustan o no determinadas cosas, sino de que a lo largo de nuestra existencia, debemos desarrollar determinadas actividades, las cuales, si no son atractivas para nosotros, tienen un coste emocional mayor que si nos atraen.
La forma en la que vamos a afrontar estas circunstancias, va a depender no sólo de lo motivado que estemos, sino sobre todo de cómo nos han educado desde pequeños en el esfuerzo.
Educar en el esfuerzo no es otra cosa que asignar tareas y no sólo que las cumplan, sino que la realicen en el momento adecuado.
Me encuentro muchas veces a madres que dicen «si, mi hijo hace su cama cada día»….a las cuatro de la tarde…así no vamos por buen camino, «es que entre semana se levanta con el tiempo justo para ir al colegio»….vale!, que se levante cinco minutos antes, no es tanto y cumplirá bien con su deber…que se acueste un poquito antes, que la pereza inmoviliza mucho…
Es lógico pensar que para educar en el esfuerzo, ya que toda educación entra por los ojos mucho más que por los oídos, debemos ser un ejemplo a seguir. Me hacen mucha gracias los comentarios de los padres y madres «oh! mañana lunes, no tengo ganas de ir a trabajar» «debo prepararme una reunión, pero ya lo haré después», «Ojalá siempre fuera sábado»… y nos ponemos las manos en la cabeza cuando los niños lloran porque no quieren ir al colegio o se buscan mil excusas para no hacer los deberes. Los niños están haciendo lo mismo que sus padres pero a su nivel.
Por supuesto, como toda conducta positiva, debe ser reforzada, pero socialmente, besos, abrazos, felicitaciones, señalamientos de su conducta «cuánto te esfuerzas», «qué contento estoy contigo por el empeño que pones»…si reforzamos materialmente, se nos volverá en nuestra contra.
Pensadlo bien. Educar en el esfuerzo es la base de educar el carácter, ese que necesitamos para enfrentar la vida de adulto de una manera efectiva.