Los fines de semana con adolescentes son complicados.
No tienen edad de salir solos pero tampoco les apetece salir con los padres. Mi adolescente en curso va a cumplir 13 años y le gusta jugar con su play, nintendo, teléfono…todo con pantallas.
A veces, los viernes se queda a comer con compañeros en una hamburguesería, pero los sábados, si fuera por él, se llevaría de la mañana a la noche enganchado a las maquinitas.
Pero aquí está su madre, que nadie la gana a pesada, el pobre tiene la mala suerte de tener una madre psicóloga y muy muy pesada, que no consiente que tenga la oportunidad de caer en la ludopatía del siglo XXI, así que los viernes me quito la bata blanca y me pongo el delantal de madre y me invento dónde me lo puedo llevar a almorzar el sábado, aunque a él no le apetezca.
Este fin de semana ha tocado ir a almorzar a Galaroza, en la Sierra de Huelva, nos levantamos, nos arreglamos y nos metemos en el coche, ahí va escuchando música, llegamos, vemos el pueblo, almorzamos al sol y nos volvemos a Sevilla. Ya tenemos más de la mitad del sábado sin maquinitas (aplausos de mí para mi!!!!!!!!!!).
Mientras estábamos esperando en la mesa a que nos atendieran, llegó otra familia, un padre, una madre y un hijo de unos 14-15 años, se sentaron en la mesa de detrás pero el niño se quedó de pie, mirando a todos lados, alejándose de su mesa o acercándose según una pareja de gatos iban o venían. Se encontraba en estado de alerta, daba carrertias en dirección contraria de donde estaban estos animales que en esa clase de pueblos son bastantes comunes…hasta que le dieron una mesa dentro del local para que pudiera comer tranquilo.
Mientras estaban aún fuera, su padre le recriminaba que no lo entendía, que no le habían hecho nada y que su actitud era absurda, que era ya muy mayor para comportarse así, a lo que el chico le dijo: «papá, yo lo estoy pasando mal, me dan miedo».
En el momento en el que lo escuché, como yo lo estaba observando y sabía que su actitud era compatible con una fobia, me entraron ganas de volverme y hablar con esos padres para hacerlos entender que en esas circunstancias no tenía que haber tenido un ataque previo de los gatos, que su miedo era irracional y que ninguna explicación lógica le iba a hacer desaparecer su miedo, pero menos aún desde el ningunear la emoción de su hijo, que lo mejor que podían hacer era apoyarlo y llevarlo a un psicólogo que lo ayudara a desmontar las ideas irracionales que tenía montadas en su cabecita.
Pero no lo hice, me miré y llevaba el delantal de madre, no la bata blanca y no podemos ejercer si no nos lo piden, sería demasiado intrusivo y no sabía cómo podrían reaccionar esos padres conmigo.
Por eso me he decidido a escribir este post, porque a lo mejor les llega mi reflexión y mi recomendación o a lo mejor, no les llega a ellos pero sí a otros padres que estén en una circunstancia similar.
Sea como sea, las cosas les llegan a quienes las necesita.