No hay un duelo igual.
Por eso lo titulo en plural.
Hay tantos duelos como personas puedan existir en este mundo, porque ninguna persona es igual a otra ni ningún vínculo es igual a otro, aunque se llame de la misma forma.
Hay duelos por muerte, por separación, por pérdida de amistad, de trabajo, de ciclo de vida…hay más duelos de los que imaginamos, a veces no nos damos ni cuenta de que estamos pasando un duelo pero todos hay que superarlos y cerrarlos.
En todos hay dolor, de ahí la palabra, dolor a la pérdida, de lo que sea, de quién sea, dolor, tristeza, desánimo, falta de ganas, apatía…
Y este dolor hay que pasarlo, hay que transitar el camino que te conduce de nuevo a la vida.
Si nos centramos en la pérdida de un ser querido, para que ese duelo no llegue a ser patológico, debe cumplir tres requisitos:
-dar las gracias a esa persona que se va o que ya se ha ido.
-pedir perdón por las veces que le hayamos podido fallar.
-decirle «te quiero».
En esta cultura en la que vivimos, tenemos mucho miedo a la muerte, sin darnos cuenta que es parte de la vida y tanto es así, que cuando muere un ser querido, le damos mil vueltas a decírselo a nuestros pequeños «para que no sufran».
He tenido adultos en terapia en la que nos hemos tenido que centrar en la despedida de seres queridos porque no le dieron la oportunidad de despedirse en su momento. Los niños también notan la pérdida de los suyos, saben que algo ocurre y el desconocimiento les crea inseguridad. No les estamos haciendo ningún favor al ocultarlo.
Hay que despedirse para poder avanzar. Hay que cerrar para poder abrir. El tanatorio, el entierro, los pésames… son herramientas de despedida y dependiendo de la edad y características personales de los niños hay que ofrecerles la opción de acudir.
Al final, seguimos amando a esas personas, porque no se van del todo, se quedan dentro de nosotros.