Mucho se ha hablado sobre la necesidad de cuidar al cuidador pero siempre lo he leído referido al Alzhéimer y a enfermedades crónicas.
Lo que nunca que he leído, aunque posiblemente sí haya escritos, es la necesidad de cuidar al cuidador en el entorno de un ingreso circunstancial y a eso quiero dedicar este artículo.
Cuando ingresan a alguien de nuestra familia, entiéndase un padre, una madre, un hijo…siempre habrá un cuidador principal que sea quien no quiera separarse del enfermo porque esa persona se sentirá mucho más tranquila estando acompañando en todo momento, como si ese «estar» fuera sinónimo de «controlar» la situación.
Por supuesto, hay que respetar ese deseo porque la alternativa de quedarse en casa descansando un poco lo que les puede provocar es que sientan más ansiedad y no lleguen a poder desconectar todo lo que fuera necesario para que sirviera esta acción.
Pero esto no significa que tenemos que estar pendientes del cuidador. Hay muchas acciones que podemos poner en práctica. Desde estar también en la habitación con el cuidador, atendiéndolo, escuchándolo o simplemente callando y acompañándolo desde el silencio, ( todo dependerá de la necesidad del que estamos acompañando o incluso en la situación en la que se encuentre el enfermo).
Podemos cuidar al cuidador llevándolo a tomar café aunque sea en la cafetería del hospital.
Podemos sacarlo del bucle en el que se convierte su vida ofreciéndole tomar algo de comer en la calle, un par de horas como mucho, para que no se sientan mal, al sol, o al fresco, para que el aire le dé en la cara, aunque luego no coma, porque ni le apetece…pero nuestra acción se puede considerar como cuando aireamos la tierra para que no se asfixie y sea más fértil, esa sería nuestra labor. Porque si no lo hacemos, al igual que la tierra, se compacta y se vuelve inútil en su tarea.
De la misma forma, el cuidador, debe dejarse ayudar y acompañar, haciendo de una situación complicada, algo más fácil, porque en esta vida no es lo que nos ocurre sino la actitud que tenemos ante lo que nos ocurre y lejos de pensar que solo sufre el cuidador principal, los que acompañan, que suelen ser cuidadores secundarios, también sufren y mucho, por el ingresado y por el acompañante principal por lo que todo se convierte en un flujo de «buenhacer» que hará más llevadero todo el tiempo del ingreso.
Por todo esto, vamos a olvidarnos del «victimismo», del «yo sufro más que tú», del «como yo cuido no cuidas tú», de la autosuficiencia, del «compromiso» que supone ofrecerse sin sentirlo de verdad, del «yo he cuidado tres días y tú sólo uno» entendiendo siempre, al menos en la medida de lo posible, la postura del otro.
Cada uno sabiendo su lugar y teniendo claro de qué manera se puede ayudar mejor y cómo me voy a sentir mejor ayudando, así y no de otra manera, afrontaremos mejor los ingresos…y tranquilos, que «No hay mal que cien años dure ni cuerpo que lo resista».